¿Quién mueve a Don Quijote?
En uno de esos conocidos grabados de Gustave Doré sobre la novela cervantina, puede verse de nuestro héroe Don Quijote de La Mancha, rodeado, asaltado por numerosos caballeros andantes a caballo, ataviados de lanzas, cascos, escudos, peleando contra dragones y demonios. Don Quijote tiene en una mano su espada levantada y en la otra un libro abierto. Este gesto nos denota que toda esa auréola de personajes extraordinarios, son las imágenes que se agolpan en su cabeza como resultado de la lectura, pues conocemos su afición por las novelas de caballería.
Esta imagen inspiró a Enrique Lanz para «involucrar poéticamente» a los titiriteros en un momento del espectáculo, cuando Don Quijote está de pie, rompiendo el teatro de Maese Pedro. En esa escena todo el títere, de 8,5 metros de altura, se pone en movimiento y requiere la acción de siete titiriteros.
Dos de ellos no están visibles para el público pues actúan subidos a un tarima, a la altura de la armadura del personaje, uno se ocupa de la cabeza y el otro de sujetar el cuerpo; al tiempo que los otros cinco, mueven los brazos y la espada al nivel del suelo…
Estos cinco que sí están visibles llevan elementos de vestuario que recuerdan a los caballeros andantes: capas, petos, golas, gregüescos… No van totalmente ataviados de época, pero esa sutil caracterización a través de pequeños elementos enfatiza ese aire fantasmado.
Se unen así, en un mismo gesto, dos tipos de manipulación: la intelectual y la física. ¿Quién mueve entonces a Don Quijote? Los caballeros andantes son quienes le impulsan a acometer sus valerozas hazañas, y estos son representados por los titiriteros, quienes en realidad crean los gestos del Quijote, accionando cuerdas y varillas…
Y canta nuestro ingenioso hidalgo:
¡Oh vosotros, valerosa compañía; caballeros y escuderos,
pasajeros y viandantes, gentes de a pie y a caballo!
Miren si no me hallara aquí presente,
¿qué fuera del buen don Gayferos y de la fermosa Melisendra?
¡Quisiera yo tener aquí delante aquellos que no creen
de cuánto provecho sean los caballeros andantes!
¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos que vieron las fazañas del valiente Amadís,
del esforzado Felixmarte de Hircania, del atrevido Tirante el Blanco;
del invencible don Belianís de Grecia; con toda la caterva de innumerables caballeros,
que con sus desafíos, amores y batallas, llenaron el libro de la Fama!
¡Viva, viva la andante caballería sobre todas las cosas que hoy viven en la tierra!