Sobre la escala en
El retablo de maese Pedro
¿Por qué los títeres de este espectáculo tienen ese tamaño?, es algo que nos preguntan con frecuencia y su explicación nos es solo la evidencia de que iba a ser representado en grandes escenarios, sino razones más complejas, relacionadas con el concepto de la puesta en escena.
La primera idea clara sobre esta puesta en escena la tuvo Enrique Lanz asistiendo a un concierto en el Auditorio Manuel de Falla, en Granada. Él imaginó cómo hacer el Retablo en aquel escenario tan grande, precedido por un telón inmenso. Sus primeras preguntas fueron: ¿Cómo ocupar ese espacio? ¿Cómo colocar a los títeres detrás de la orquesta sin que parecieran un montículo insignificante en medio de las tablas? ¿Cómo convertir la representación en una especie de escultura en movimiento?
Lanz se cuestionó a partir de sus experiencias como titiritero y espectador de numerosos Retablos de maese Pedro. ¿Cómo evitar lo que suele ocurrir cuando se representa esta obra: ese vacío entre lo musical y lo escénico, esa ilustración plana del libreto, esas acciones tan poco claras a nivel titiritero? ¿Cómo privilegiar al títere -siempre en sano equilibrio con la orquesta- siendo esta una ópera escrita para muñecos? ¿Cómo diseñar los personajes de manera que fuesen fácilmente identificables, aunque cambiasen de localización o indumentaria? ¿Cómo resolver de manera titiritera y escénica los fragmentos de la música que en su audición pueden parecer largos y poco dinámicos? ¿Cómo diferenciar las diversas capas que plantea Cervantes: realidad, realidad recreada, irrealidad…?
De Cervantes tomó Lanz el recurso del teatro dentro del teatro, el juego entre niveles de realidad, de universos confundidos. El autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha creó el personaje Cide Hamete Benengeli, quien –según la ficción literaria– creó gran parte de la historia de Alonso Quijano, el célebre hidalgo manchego que –apasionado por las novelas de caballería– creó a Don Quijote de La Mancha, quien a su vez creó el personaje de Dulcinea, dama a quien dedicarle sus honores.
La ficción y la realidad en la obra de Cervantes están constantemente confundidas, distorsionadas por la imaginación de Don Quijote, y esta idea es el pilar del espectáculo de Enrique Lanz. Su puesta en escena teje un continuo juego de capas de realidad, de sorpresas visuales, de trampantojos, de ilusiones de verosimilitud trocadas.
Para su partitura Manuel de Falla emuló la mezcla de estilos literarios que utilizó Cervantes, y compuso su ópera a partir de músicas de diferentes épocas y estilos, combinando notas antiguas, folclóricas, litúrgicas o de vanguardia. Lanz se basa en esta idea y fusiona también estéticas, materiales e iconografías medievales y barrocas, inspirado además de la expresividad del arte africano o del art brut.
La orquesta y los cantantes ocupan el primer plano, bien visibles sobre el escenario, como referencia a la “verdadera realidad”. Y detrás de estos, las otras capas de realidad, la ficción teatral: capas de telones, títeres de diferentes escalas, técnicas y estilos, que trastocan la percepción del espectador.
Por razones inexplicables los signos de apertura de interrogación quedan al revés. ¿? Lo sentimos.