Carlo Magno y el románico en la puesta en escena de Lanz
Como ya hemos comentado en otras ocasiones, en El retablo de maese Pedro se dan cita dos niveles de personajes. Por un lado está el mundo de Maese Pedro y los espectadores – Don Quijote, Sancho Panza, el Ventero y otros-, personas del Cinquecento, que son sin embargo personajes de ficción en la novela. Por otro lado se encuentra el plano del retablo de la libertad de Melisendra, con títeres, cuerpos de artificio que representan personajes reales que sí existieron en la historia europea de la Edad Media –Carlo Magno, Don Roldán, Don Gayferos. Estos dos períodos de la historia del arte –Barroco y Medioevo-, ya implícitos en la obra de Cervantes y Falla, son los pilares que apuntalan el montaje de Enrique Lanz en el plano plástico y del juego teatral.
El director de escena contrastó ostensiblemente las iconografías de estas épocas, aunque se distanció de sus conceptos más estereotipados. Sobre esto hemos ido publicando entradas en días anteriores, y hoy le toca el turno al románico y al emperador Carlo Magno, padre putativo de la tal Melisendra…
El románico también tiene una presencia fuerte en el espectáculo. Obras o detalles de procedencias diversas –capiteles, cornisas, pórticos, estatuillas, tapices, códices, pinturas, figuras de marfil o metal, puertas, altares, copones, gárgolas, joyas- han sido la fuente estilística de los títeres del teatrito de Maese Pedro. El riquísimo patrimonio románico español -como los Beatos – de Liébana, de Tábara, de Valladolid-, el monasterio de Santo Domingo de Silos, en Burgos, las pinturas de Santa María de Taüll, en Lérida- permite tener referentes cercanos en los que investigar.
A pesar de la variedad de esta obras existen características comunes en ellas, que son las que interesan a Lanz: vivacidad en los colores, contrastes marcados, desproporciones en las figuras humanas y en las composiciones de los planos, cambios de escala bruscos, movimientos acentuados de los personajes, formas geométricas, perfiles y frontalidades en un mismo cuerpo, ausencia de perspectiva, esquematismo, simplicidad en los fondos; todo esto en detrimento del realismo y al servicio de una gran legibilidad, que hace aún más sobrecogedora la expresividad románica. Los cabellos, ojos, posiciones de manos, gestos, rasgos naífs y ropajes de los títeres, fueron tomados de obras románicas. Carlo Magno, Don Roldán, o el Moro Enamorado tienen sus referentes en imágenes concretas de este período.
Este fue el proceso para crear nuestro títere de Carlo Magno, a partir de imágenes existentes del personaje histórico:
Estatuilla de marfil
Combinación de ambas imágenes para conformar nuestro personaje.
Propuesta con color.
Dentro de la exuberancia creativa del románico, el color es un elemento importante. No es esa reputación de oscuridad o rigidez, sino el fantástico colorido lo que atrajo a Lanz; colorido que contrasta en el espectáculo con el bronce oscuro y el tenebrismo del plano de representación barroco, el de los espectadores del teatrito de Maese Pedro. De este retablo emanan luz y colores puros, sin mezclas, sin transiciones de uno a otro -rojos, verdes, azules, ocres, dorados-, colores que junto al movimiento de las figuras, denotan una gran vitalidad, esa del medioevo fascinante, época crucial y fecunda para la cultura occidental.