¿Barroco por qué?

Para la puesta en escena de El retablo de maese Pedro, Enrique Lanz se sumergió en el universo del Quijote, escudriñándolo a todos los niveles. Cervantes escribió su novela a principios del siglo XVII, cuando el Siglo de Oro estaba en pleno apogeo, en el paso del Renacimiento al Barroco. Este período de la historia del arte, crucial en la cultura española, lo conocemos como un momento de esplendor y fecundidad, cuyo hito literario es la obra El ingenioso higaldo don Quijote de La Mancha. Este es también un período de contrastes, donde se mezclan luces y tinieblas, austeridad y desbordamiento creativo. “Es la época en que la arquitectura y las demás artes crean cascadas de presencias discordantes en lo particular, pero armónicas en un conjunto, un universo en un “todo” que, como diría Gracián en boca del sagaz Critilio en El Criticón “se compone de contrarios y se concierta de desconciertos”. Descubriendo sus raíces en lo inmediato, pero también en las manifestaciones medievales cristianas e islámicas, el arte se vuelve oscuro, hermético, complejo; sus formas delirantes, fatuas, antitéticas, extrañas a la razón y próximas al sentimiento.”

Del Barroco no es el brillo o el esplendor lo que más atrajo a Lanz, sino el tenebrismo y el dramatismo de cuadros como Vieja friendo huevos y Las hilanderas de Velázquez, La lección de anatomía  del Doctor Tulp y Estudioso meditando de Rembrandt, La vocación de San Mateo y El sacamuelas de Caravaggio, entre otros.

Rembrandt

También esculturas como El santo entierro, de Juan de Juni y Entierro de Cristo, de Estaban Jordan fueron inspiradoras para su espectáculo.

Esteban Jordan

Enrique Lanz eligió el estilo barroco para el plano de Maese Pedro y los espectadores, pues habría sido el entorno natural de esos personajes de principios del siglo XVII. La grandiosidad y magnificencia de la arquitectura y escultura barrocas le valió para justificar las dimensiones y formas de estos títeres. Él soñaba con un Retablo a gran escala, como una escultura en movimiento, y por eso imaginó figuras gigantes, con gestos, cabellos, barbas y expresiones propias del Barroco.  El hieratismo, las formas de las manos, los rostros un tanto patéticos y dolorosos, alejados del clasicismo, las composiciones tan teatrales y efectistas de las esculturas de este período -sobre todo de artistas como De Juni, Alonso Cano o Juan Martínez Montañés– fueron muy influyentes en el director. Lanz las estudió a fondo a través de la búsqueda y observación de imágenes, visitas al Museo Nacional de Escultura, en Valladolid, y una bibliografía abundante.

La pintura barroca también tuvo su peso en el diseño escénico del Retablo de Lanz. Él se nutrió de la distribución de manchas de luz y de color muy contrastadas, de la configuración del espacio como algo dinámico, donde más que una figura lo que resalta es la unidad de la escena, con sus profundidades, perspectivas nuevas y composiciones complejas. De los cuadros de temática costumbrista tomó personajes concretos para ciertos caracteres del Retablo, como hemos mostrados en entradas anteriores de esta página.

Para el diseño de iluminación del espectáculo, Lanz propuso al iluminador Alberto Rodríguez, ambientes y atmósferas de ciertos cuadros barrocos. Los contrastes y claroscuros muy definidos, llevados a la perfección por artistas como Rembrant, Caravaggio, Vermmer de Delft, Velázquez o Murillo, fueron la pauta a seguir para iluminar la escena. Las obras de los pintores españoles mencionados, que reflejan tipos populares de la España del Cinquecento,  fueron de utilidad además para el trabajo de diseño de vestuario de los títeres y de algunos manipuladores.

En el siglo XVII aparece, en pleno Barroco, el término de naturaleza muerta. Aunque este género pictórico existía desde antes, en este período cobró gran fuerza a través de cuadros que reflejaban bodegones, escenas de caza, flores, libros, armas, instrumentos musicales. Lanz se valió de ciertas escenas de libros para reconstituir iconográficamente la biblioteca de Alonso Quijano. En el momento final de El retablo de Maese Pedro, Don Quijote hace una apología de los libros de caballería y de los caballeros andantes. Lanz, en reminiscencia a aquel pasaje de la novela (Capítulo VI,  Primera Parte) en el que el Cura y el Barbero, ayudados por la sobrina y el ama de Don Quijote, queman la biblioteca del ingenioso hidalgo, quiso que ardiesen libros en su espectáculo. Pero no tomó libros reales, sino fragmentos de cuadros barrocos como Naturaleza muerta de libros, de Jan Davidsz. De Heem, y otra obra de igual nombre del artista Maître de Leinden, o El sueño del caballero, de Antonio de Pereda. Con estos volúmenes de aspecto antiguo, enriquecidos con fotos de viejos libros usados, compuso una imagen que imprimió en papel. El folio lo quemó y filmó esta acción, la que luego montó en un vídeo, que se proyecta en el momento que Don Quijote canta “Dichosa  edad, y siglos dichosos aquellos que vieron la hazañas del valiente Amadís”, y continua enalteciendo las glorias de la andante caballería.

proyeccion libros

Con este gesto, Lanz combinó otro elemento que se desarrolló en el  Barroco, que es la perspectiva ilusionista con la que se pretendía romper visualmente el espacio real, arquitectónico o pictórico, creando efectos de trampantojo. Son  conocidos de este período la Scala Regia, realizada por Bernini en el Vaticano, o lienzos  de Cornelis Norbertus Gysbrechts como Reverso de una pintura y Trompe l´oeil, u otro con el mismo título pero pintado por Samuel van Hoogstrate.

Con todos estos elementos, los títeres que simulan monumentales esculturas barrocas tienen el aspecto del bronce. Este metal ha sido desde siempre utilizado para estatuas y obras de gran escala, y además en El Quijote se menciona en numerosas ocasiones. El Capítulo LXII de la Segunda Parte de la novela trata de una cabeza encantada hecha de bronce. La cabeza aparentemente respondía a las preguntas que le hacían, pero todo en realidad era un artificio, un truco construido cual trampantojo, un divertimento para confundir a los ignorantes. El concepto y la apariencia de esta cabeza entroncaron con las ideas de Lanz y justificaron el aspecto de bronce de los muñecos.  Esta calidad condicionó entonces su dinámica y gestos, pues si estas marionetas realmente fuesen títeres de hilo fabricados de este  metal, con medidas entre 2 y 8,5 metros de altura, deberían ser tremendamente pesados, y por tanto sus movimientos parecer lentos, entrecortados, poco fluidos.

Espectadores barrocos